Una bala para Rita

Ciudad de Málaga. Víctor Vegalcázar.

Mucho o poco se ha escrito sobre Rita Barberá, según criterios, en los últimos tiempos. A mi modo de ver, poca cosa real y mucha fábula, aderezada con sentimentalismos de sus benefactores y beneficiados e iras de sus rivales, e incluso de aquellos que declarándose enemigos, recibían de ella poco más que indiferencia.

Doña Rita, Alcaldesa de Valencia, la más ilustrada de cuantos gobernantes tuvo la urbe, abriéndola al mundo entero, quizás desde Doña Jimena, ha muerto. Realmente nos dejó hace ya semanas, sin embargo, esta misma mañana los diarios nacionales se hacían eco de los detalles de su salud y de sus últimos momentos de vida junto a su hermana. Detalles tan íntimos que no debieran publicarse en crónica alguna. Detalles que han pesado más que toda investigación que debiera seguir abierta en torno a Rita y a sus acosadores, esos que gustaban de enviar sobres con balas y cartas, sentenciando el fin de sus días antes del primero de no sé qué mes, si no dimitía de su cargo como Senadora del Reino. Pero nada de eso importa ahora y poco se investiga, pues para llenar su ausencia, el buenismo póstumo que hace digno a todo el que deja de respirar, intenta ocupar el vacío con homenajes y reconocimientos, repletos de todos aquellos que en vida, la dejaron sola.

Rita descansa, las investigaciones continúan en Valencia y la sombra de la presunta corrupción que la cubría parece aclarar su espesura, dejando paso a luces que en el hacer propio, iluminan la verdad. En cualquier caso, más allá de vender periódicos y titulares, de declaraciones y juzgados, de exaltados que no esperan sentencia ni juicios para maldecir y condenar, olvidamos una pregunta trascendental que debería quitarnos el sueño, ¿quién enviaba cartas y balas a Rita Barberá?

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